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Cultura: Huellas de Mujeres 
JUANA DE ARCO
 
 Juana de Arco nació en el año 1412 en
 Donremy, Francia. Hija de padres campesinos, llegó a ser
 proclamada santa por su gran fe y su patriotismo.  Su padre, que se llamaba Jaime de Arco, y su madre le infundieron la creencia en la Virgen
María a la cual llevaba flores cada sábado. Coincidieron su niñez y adolescencia con una coyuntura histórica muy
complicada para su patria Francia: había sido invadida por los ingleses y estos se iban apoderando poco
a poco del territorio
galo.
 
Cuando tenía
 catorce años, la joven  Juana  comenzó a experimentar fenómenos  ajenos a la realidad;
empezó a  escuchar unas voces que la llamaban. En un principio ella no sabía de
quién eran aquellas voces,  entonces éstas se presentaron como  Arcángel San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita y
le auguraban la misión de salvar Francia de la ocupación inglesa, le decían: "Tú debes salvar a la nación y al
rey".
 
En un
principio ella dudaba de lo que estaba escuchando, no podía creer que estuviera destinada a cumplir una misión de tal envergadura, si ella era sólo
 
una
campesina
iletrada.
  
 Desde luego en un principio nadie le creía, hasta que un tío suyo  la llevó ante una autoridad del
ejército en la ciudad. Ella  contó  a este hombre que Dios
le encomendaba la  misión de llevar un mensaje al rey. Pero el militar no le creyó y la despachó  de
nuevo. 
Unos meses después,
 Juana se presentó de nuevo  ante el comandante y  le profetizó  una derrota,
éste no le puso atención y la pérdida tuvo lugar,  entonces le envió  una escolta  para llevarla a ver al Rey. 
El Rey dudaba de los poderes  de la joven, decidió entonces jugarle una broma a la campesina. Para engañarla se hizo pasar por un  simple aldeano y  puso en su lugar a otra persona.
 Juana  llegó al gran salón y en vez de ir hacia el lugar donde se encontraba el impostor, guiada por sus "voces",
fue directamente  donde estaba el rey disfrazado y le relató  secretos que el  jerarca no se imaginaba. Esto  lo hizo  cambiar totalmente de opinión  sobre  la joven
campesina. 
En  la batalla de Orleans ella jugó un papel  crucial. El ejército inglés tenía completamente sitiada la ciudad. El
 rey Carlos y sus militares ya creían perdida la guerra. Pero
 Juana le pidió al jerarca   que le permitiera ir al frente de las tropas.
Éste la nombra capitana  y entonces
   Juana ordena  hacer una bandera blanca con los nombres de Jesús y de
María. 
Exortados por la joven, los soldados franceses  pelearon valientemente y expulsaron a los adversarios  y
 Orleans quedó liberada. Así hicieron con otras ciudades del territorio
francés. De esta manera, continuó la campaña hasta que  Juana logró que coronaran –
en Reims- a   Carlos
VII como rey de Francia. 
 Como ella había obtenido cierto prestigio   y había sido considerada heroína nacional,
muchos en la corte, debido a  las lógicas envidias, comenzaron a tramar la caída de
Juana. Ya prácticamente casi toda  Francia estaba liberada del poderío inglés, solamente faltaba
París, la capital, y hacia allá  fue  Juana con sus
tropas. Pero Carlos VII hizo retirar a sus tropas y
 Juana quedo en medio del enemigo, fue herida en  combate  y fue  hecha prisionera por
 los Borgoñones. 
Los ingleses pagaron una suma cuantiosa para darse el gusto de torturar a la
heroína que les había dado tantos dolores de
cabeza. Estos le hicieron  pasar tormentos horribles en la cárcel. Fue tan duro el iniferno que vivió que
 Juana llegó a exclamar: "Esta cárcel ha sido para mí un martirio tan cruel, como nunca me ha bía imaginado que pudiera serlo". Pero continuaba con su fe inquebrantable y   no paraba de rezar, ella trataba de convecer 
a los ingleses de que todo había sido mandato divino. 
 Juana fue acusada de
brujería,  se argumentaba  que las victorias  alcanzadas  habían sido por obra de  encantamiento y que esa era la única
manera de obtener  tales resultados.  Ella recurrió al  Sumo
Pontífice, y le pidió  que fuera él quién  la juzgara, pero nadie quiso  comunicar
la noticia al Papa. 
Juana declaró muchas veces no ser hechicera y afirmó ser creyente 
católica, sin embargo la sentenciaron a la más terribles de las muertes de ese 
entonces: ser quemada viva. 
Murió rezando y encomendándose a Nuestro Señor. Invocaba al Arcángel San Miguel, al cual siempre le había tenido gran devoción y  después de pronunciar tres veces el nombre de Jesús,
   falleció el 29 de mayo del año 1431.  Tenía apenas 19 años. Al menos el pueblo, en su mayoría, parece haber sido
conciente del crimen que se había cometido. Veintitrés años  más tarde, su madre y sus hermanos ordenaron que se reabriera otra vez aquel juicio  hecho contra ella. Y el
 Papa Calixto III  encomendó a un grupo de juristas   la revisión de la sentencia,
los cuales declararon inocente  a Juana de Arco,  y finalmente el Papa Benedicto XV la  declaró
Santa. 
  
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