Quejas
Salomé Ureña de HenrÃquez
(1850-1897)
Te vas, y el alma dejas
sumida en amargura, solitaria,
y mis ardientes quejas,
y la tÃmida voz de mi plegaria,
indiferente y frÃo
desoyes ¡ay! para tormento mÃo.
¿No basta que cautiva
de fiero padecer entre las redes
agonizante viva?
¡Ay, que mi angustia comprender no pueda,
que por mi mal ignoras
cuán lentas son de mi existir las horas!
SÃ, que jamás supiste
cual se revuelve en su prisión estrecha,
desconsolado y triste,
el pobre corazón, que en lid deshecha
con su tormento rudo
morir se siente y permanece mudo.
Y en vano, que indiscretos
mis ojos, sin cesar, bajo el encanto
de tu mirar sujetos,
fijo en los tuyos con empeño tanto,
que el corazón desmaya
cuando esa fuerza dominar ensaya.
Deja que pueda al menos
bañándome en su luz beber la vida,
y disfrutar serenos
breves instantes en tu unión querida,
que es para mi amargura
bálsamo de purÃsima dulzura.
Deja que al vivo acento
que de tus labios encendidos brota,
mi corazón sediento,
que en pos va siempre de ilusión ignota,
presienta enajenado
las glorias todas de tu edén soñado.
¡Ah, si escuchar pudieras
cuanto a tu nombre mi ternura dijo!
¡Si en horas lisonjeras
me fuera dado, con afán prolijo,
contarte sin recelo
todo el delirio de mi amante anhelo!
Mas no, que mi suspiro
comprimo dentro el pecho acongojado.
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