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Canto Funeral por mi Época
Carmen Conde, Colombia

A Vicente Aleixandre 

Yo misma reclamando a los arcángeles, 
¿qué soy más que una voz descompasada? 
La tierra suma tierras sin raíces, 
oscuros vendavales de tormentas... 
Los cuerpos van sin alma, son tan sólo 
los pozos del instinto desatado. 
¡Qué triste mi yantar de pan sombrío, 
mi oscuro acontecer por el trascielo! 
Ni lloro ni sonrío, que la risa, 
el llanto, son de vivos, y no soy 
ni viva ni tan muerta que no sepa 
que me puedo morir dentro de poco. 

Hablar de lo celeste imaginado. 
Latir los estertores de la dicha. 
Sentirme delirar, acongojada 
por tanto goce limpio en el amor. 
¿Acaso todo ello no es posible, 
temiendo, como temo, que la vida 
se acabe para mí sin prolongarla 
en vida de la eterna persistencia? 
¡Oh carnes de dolor, hombres funestos; 
mujeres de placer, viejos sin lumbre; 
criaturas del descuido irresponsable! 
Penando por vosotros yo arrebato 
mis pulsos en amarga calentura. 

A nadie importa nadie. Que asesinos 
de otros que serían matadores 
componen la corteza de la tierra. 
Delatan lenguas frías sus venganzas, 
y un pueblo universal ulula odios 
encima de la sangre derramada. 
¿Qué puedo yo crear; quién hace lirios, 
de no ser Dios potente, de este cieno? 
¿Quién puede remediar mi incertidumbre, 
de no ser Dios eterno, en esta charca? 

¡Soñar mis sueños yo, aquellos sueños 
de esbeltos palmerales levantinos; 
beber brisas salobres, yo, sedienta, 
oyendo sollozar por los alcores! 

¡Mis años de ilusión, mi fuerza ardiente 
librada de mi cuerpo dominado; 
mis sueños del amor que nunca llega 
colmando aquel soñar de tanto espíritu! 

¿Qué hacemos ahora aquí, quién nos requiere 
si no es para colmar nuestro fracaso? 
¡Oh tristes del llorar, sumad mi queja 
al negro de la noche sin orillas! 

Muy largo es el dormir sin esperanzas. 
Muy largo y muy profundo, despertarse. 
Y busco entre vosotros, los ajenos, 
la calma de inefables beatitudes. 
—Hay hombres que no quieren ser el eco 
de tales resonancias dolorosas. 
Mujeres sin dolor, cuerpos de sexo 
que empapan su animal perseverancia—. 

¿Quién dijo que la voz del que clamara 
podría desnudar indiferencias? 
¡Que clama mi dolor por lo que sufren, 
y estoy sola en amor por cuantos lloran! 

¡Decir mis sueños yo, la más doliente 
que puso en este mundo sus pisadas! 
Contaros que en el sueño de mis ojos 
anidan las augustas majestades 
de almas sin temblor, sin una sombra, 
cubiertas por la flor de mis canciones! 
Dormir y no saber; dormirme toda 
y nunca despertar de mi distancia... 
¿Qué puedo yo ofrecer, qué luna dulce 
habría de alumbrar por mis palabras? 
Volvedme a mis fronteras, nieblas frías; 
volvedme a mi no ser; al gran seguro. 

Están sin luz las sendas; los atajos 
bañándose en la sangre derrochada. 
En dientes sin blancor gimen pedazos 
de carnes en agraz. Balan su ira 
los castos y en temor, que nada impiden. 
Transcurre todo así; bilis y sangre 
debajo de los puentes lujuriosos. 
Codicias y ruindad, grandes altezas 
imperan bien aquí, donde yo clamo. 
¡Abridme como res que todos matan, 
sacad mi sangre entera, destruidme, 
que quiero deshacerme entre vosotros! 

—¿Soñar mis sueños ya..., decir mis sueños 
en este mismo idioma de lamento? 
¡No voz del mundo y mía; voz humana 
que entiendan y desprecien los humanos! 

Celeste y misterioso oído mío, 
augusta majestad que me responde: 
¿en qué pozo de luz, en qué caverna 
de minas sin hollar puedo decirte 
la enorme angustia mía, mi ternura, 
inútiles las dos? ¡Cómo las siento 
secándome la fe de mi destino!



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